Lou
Eran ya las ocho y cuarto y Bud no había llegado aún a la sala de
conferencias. Empezaba a preguntarme si había entendido bien la hora de
nuestra cita cuando la puerta se abrió de golpe y entró un caballero anciano.
—¿Tom Callum? —me preguntó con una bondadosa sonrisa, al tiempo que
me tendía la mano.
—Sí.
—Me alegra conocerlo. Soy Lou. Lou Herbert.
—¿Lou Herbert? —repetí, asombrado.
Había visto fotografías de Lou y algú n que otro vídeo antiguo, pero su
presencia allí fue tan inesperada que no lo habría reconocido de no haberse
presentado él mismo.
—Sí. Siento la sorpresa. Bud no tardará en llegar. Está comprobando un par
de cosas para una reunión que tenemos esta tarde.
Me quedé sin saber qué decir. No se me ocurrió nada, así que aguardé
allí, de pie, nervioso, como un actor novato que de repente se ha olvidado
del guión.
—Probablemente se preguntará qué hago yo aquí —dijo.
—Bueno, sí, claro.
—Bud me llamó anoche y me preguntó si podía reunirme con ustedes esta
mañana. Quería que le explicase unas pocas cosas sobre mi historia aquí,
en la empresa. Yo tenía que venir hoy de todos modos, para una reunión
esta tarde. Así que aquí me tiene.
—Pues no sé qué decir. Me parece increíble conocerlo. He oído hablar
mucho de usted.
—Lo sé. Es casi como si ya estuviera muerto, ¿verdad? —preguntó con
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una mueca.
—Bueno, supongo que es algo parecido —dije con una risita, antes de
darme cuenta de lo que decía.
—Mire, Tom, siéntese. Bud me pidió que empezáramos antes de que
llegara él. —Me indicó un asiento—. Por favor.
Me instalé en la misma silla donde me había sentado la tarde anterior, y
Lou se sentó frente a mí.
—Entonces ¿cómo han ido las cosas?
—¿Se refiere a lo de ayer?
—Sí.
—Debo confesar que fue un día asombroso. Realmente asombroso.
—¿De veras? Vamos a ver, cuénteme.
Aunque sólo llevaba un par de minutos con Lou, mi nerviosismo inicial
se había evaporado. La amabilidad de su mirada y la bondad de su actitud
me recordaban a mi padre, muerto diez años antes. Me sentí perfectamente
cómodo en su presencia, y me di cuenta de que deseaba compartir mis
pensamientos con él, como en otro tiempo solía hacer con mi padre.
—Bueno —dije—, casi no sé por dónde empezar. Ayer aprendí muchas
cosas. Pero quizá sea mejor empezar por mi hijo.
Durante aproximadamente los quince minutos siguientes, le conté a Lou
la mejor noche que había pasado con Laura y Todd en por lo menos los
últimos cinco años. La velada sólo fue extraordinaria porque, simplemente,
disfruté estando con ellos, sin que tuviera que haber nada de extraordinario
para disfrutarla. Cociné, reí, le pedí a mi hijo que me enseñara a afinar el
motor del coche, y por primera vez en no sé cuánto tiempo disfruté y me
sentí agradecido por mi familia. Luego, también por primera vez en
mucho tiempo, me acosté sin rencores hacia ningún miembro de la familia.
—¿Y qué le pareció a Laura todo eso? —preguntó Lou.
—Creo que no sabía ni lo que pensar. No dejó de preguntarme qué ocurría,
hasta que finalmente tuve que contarle algo de lo que aprendí ayer.
—Oh, ¿de modo que intentó enseñarle?
—Sí, pero fue un desastre. Creo que sólo tardé un minuto en confundirla por
completo. «La caja», «au-totraición», «connivencia»... Le expuse las ideas
tan mal, que no podría haberlo hecho peor.
Lou sonrió, como si supiera muy bien de qué hablaba.
—Sé lo que quiere decir. Cuando se oye a alguien como Bud explicar todo
esto, queda uno convencido de que es lo más sencillo del mundo, pero en
cuanto uno intenta hacer lo mismo con otro, se da cuenta rápidamente de lo
sutil que es todo esto.
—Eso es cierto. Probablemente, mis explicaciones no hicieron sino crear
más preguntas de las que intentaron contestar. Pero, de todos modos, ella
me escuchó y trató de comprender.
Lou me escuchaba con atención, con los ojos ligeramente entrecerrados
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y la expresión amable. Y, no pude estar seguro, pero también creí detectar
aprobacion.
—Puede consultar con Bud para ver si todavía se mantiene, pero antes había
la costumbre de organizar, un par de veces al año, reuniones de formación
que duraban toda la tarde, para que los familiares interesados pudieran
venir y aprender estas ideas. Para todo el mundo significaba mucho que la
empresa hiciera eso por ellos. Estoy seguro de que todavía se mantiene la
costumbre, pero consúltelo con Bud. Es muy posible que a Laura le guste.
—Gracias. Se lo consultaré, desde luego.
En ese momento se abrió la puerta y entró Bud.
—Tom —dijo, exasperado—, siento mucho llegar tarde. Tuve que
ocuparme de unos preparativos de última hora para la reunión de esta tarde
con el grupo Klofhausen. Como sucede siempre, nunca hay tiempo
suficiente. Dejó el maletín en el suelo y se sentó entre Lou y yo, a la
cabecera de la mesa.
—Bueno, Tom, tuvimos suerte.
—¿Qué quiere decir?
—Me refiero a Lou... Es la sorpresa que esperaba darle. La historia de Lou
es la historia de cómo este material ha transformado a Zagrum y quería
que, si podía, él mismo se la contara.
—Bueno, me siento feliz de poder estar aquí —dijo Lou con elegancia—
Pero antes de pasar a contar esa historia, Bud, creo que deberías oír cómo le
fue la pasada noche a Tom.
—Oh, sí, Tom, lo siento. Cuéntemelo.
No sé por qué, quizá porque trabajo para Bud y deseaba impresionarlo,
pero lo cierto es que al principio me mostré reticente a compartir con él lo
que le había contado a Lou. Lou, sin embargo, no dejó de animarme,
diciéndome: «Cuéntele esto», o «Cuéntele lo otro». Así que no tardé en
relajarme y le conté a Bud todo lo ocurrido en casa. Al cabo de unos diez
minutos, sonreía como había sonreído Lou.
—Eso es magnífico, Tom —dijo Bud—. ¿Y cómo pasó Todd la velada?
—Como casi siempre: bastante silencioso. Se limitó a responder a mis
preguntas, como hace siempre, con unos secos «no», «sí» y «no lo sé». Pero
la verdad es que anoche no pareció importarme, mientras que antes me
sacaba de mis casillas.
—Eso me recuerda a mi propio hijo —dijo Lou, mirando hacia la ventana.
Guardó un momento de silencio, con la mirada perdida en la lejanía, como
si recuperase algo de un distante pasado—. La historia de la transformación
de Zagrum empieza con él.