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                          2.08 - TERCERA PARTE Cómo salimos de la caja Lou

                          Cómo salimos de la caja
                           Lou
                          Eran ya las ocho y cuarto y Bud no había llegado aún a la sala de
                          conferencias. Empezaba a preguntarme si había entendido bien la hora de
                          nuestra cita cuando la puerta se abrió de golpe y entró un caballero anciano.
                          —¿Tom Callum? —me preguntó con una bondadosa sonrisa, al tiempo que
                          me tendía la mano.
                          —Sí.
                          —Me alegra conocerlo. Soy Lou. Lou Herbert.
                          —¿Lou Herbert? —repetí, asombrado.
                          Había visto fotografías de Lou y algú n que otro vídeo antiguo, pero su
                          presencia allí fue tan inesperada que no lo habría reconocido de no haberse
                          presentado él mismo.
                          —Sí. Siento la sorpresa. Bud no tardará en llegar. Está comprobando un par
                          de cosas para una reunión que tenemos esta tarde.
                          Me quedé sin saber qué decir. No se me ocurrió nada, así que aguardé
                          allí, de pie, nervioso, como un actor novato que de repente se ha olvidado
                          del guión.
                          —Probablemente se preguntará qué hago yo aquí —dijo.
                          —Bueno, sí, claro.
                          —Bud me llamó anoche y me preguntó si podía reunirme con ustedes esta
                          mañana. Quería que le explicase unas pocas cosas sobre mi historia aquí,
                          en la empresa. Yo tenía que venir hoy de todos modos, para una reunión
                          esta tarde. Así que aquí me tiene.
                          —Pues no sé qué decir. Me parece increíble conocerlo. He oído hablar
                          mucho de usted.
                          —Lo sé. Es casi como si ya estuviera muerto, ¿verdad? —preguntó con
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                          una mueca.
                          —Bueno, supongo que es algo parecido —dije con una risita, antes de
                          darme cuenta de lo que decía.
                          —Mire, Tom, siéntese. Bud me pidió que empezáramos antes de que
                          llegara él. —Me indicó un asiento—. Por favor.
                          Me instalé en la misma silla donde me había sentado la tarde anterior, y
                          Lou se sentó frente a mí.
                          —Entonces ¿cómo han ido las cosas?
                          —¿Se refiere a lo de ayer?
                          —Sí.
                          —Debo confesar que fue un día asombroso. Realmente asombroso.
                          —¿De veras? Vamos a ver, cuénteme.
                          Aunque sólo llevaba un par de minutos con Lou, mi nerviosismo inicial
                          se había evaporado. La amabilidad de su mirada y la bondad de su actitud
                          me recordaban a mi padre, muerto diez años antes. Me sentí perfectamente
                          cómodo en su presencia, y me di cuenta de que deseaba compartir mis
                          pensamientos con él, como en otro tiempo solía hacer con mi padre.
                          —Bueno —dije—, casi no sé por dónde empezar. Ayer aprendí muchas
                          cosas. Pero quizá sea mejor empezar por mi hijo.
                          Durante aproximadamente los quince minutos siguientes, le conté a Lou
                          la mejor noche que había pasado con Laura y Todd en por lo menos los
                          últimos cinco años. La velada sólo fue extraordinaria porque, simplemente,
                          disfruté estando con ellos, sin que tuviera que haber nada de extraordinario
                          para disfrutarla. Cociné, reí, le pedí a mi hijo que me enseñara a afinar el
                          motor del coche, y por primera vez en no sé cuánto tiempo disfruté y me
                          sentí agradecido por mi familia. Luego, también por primera vez en
                          mucho tiempo, me acosté sin rencores hacia ningún miembro de la familia.
                          —¿Y qué le pareció a Laura todo eso? —preguntó Lou.
                          —Creo que no sabía ni lo que pensar. No dejó de preguntarme qué ocurría,
                          hasta que finalmente tuve que contarle algo de lo que aprendí ayer.
                          —Oh, ¿de modo que intentó enseñarle?
                          —Sí, pero fue un desastre. Creo que sólo tardé un minuto en confundirla por
                          completo. «La caja», «au-totraición», «connivencia»... Le expuse las ideas
                          tan mal, que no podría haberlo hecho peor.
                          Lou sonrió, como si supiera muy bien de qué hablaba.
                          —Sé lo que quiere decir. Cuando se oye a alguien como Bud explicar todo
                          esto, queda uno convencido de que es lo más sencillo del mundo, pero en
                          cuanto uno intenta hacer lo mismo con otro, se da cuenta rápidamente de lo
                          sutil que es todo esto.
                          —Eso es cierto. Probablemente, mis explicaciones no hicieron sino crear
                          más preguntas de las que intentaron contestar. Pero, de todos modos, ella
                          me escuchó y trató de comprender.
                          Lou me escuchaba con atención, con los ojos ligeramente entrecerrados
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                          y la expresión amable. Y, no pude estar seguro, pero también creí detectar
                          aprobacion.
                          —Puede consultar con Bud para ver si todavía se mantiene, pero antes había
                          la costumbre de organizar, un par de veces al año, reuniones de formación
                          que duraban toda la tarde, para que los familiares interesados pudieran
                          venir y aprender estas ideas. Para todo el mundo significaba mucho que la
                          empresa hiciera eso por ellos. Estoy seguro de que todavía se mantiene la
                          costumbre, pero consúltelo con Bud. Es muy posible que a Laura le guste.
                          —Gracias. Se lo consultaré, desde luego.
                          En ese momento se abrió la puerta y entró Bud.
                          —Tom —dijo, exasperado—, siento mucho llegar tarde. Tuve que
                          ocuparme de unos preparativos de última hora para la reunión de esta tarde
                          con el grupo Klofhausen. Como sucede siempre, nunca hay tiempo
                          suficiente. Dejó el maletín en el suelo y se sentó entre Lou y yo, a la
                          cabecera de la mesa.
                          —Bueno, Tom, tuvimos suerte.
                          —¿Qué quiere decir?
                          —Me refiero a Lou... Es la sorpresa que esperaba darle. La historia de Lou
                          es la historia de cómo este material ha transformado a Zagrum y quería
                          que, si podía, él mismo se la contara.
                          —Bueno, me siento feliz de poder estar aquí —dijo Lou con elegancia—
                          Pero antes de pasar a contar esa historia, Bud, creo que deberías oír cómo le
                          fue la pasada noche a Tom.
                          —Oh, sí, Tom, lo siento. Cuéntemelo.
                          No sé por qué, quizá porque trabajo para Bud y deseaba impresionarlo,
                          pero lo cierto es que al principio me mostré reticente a compartir con él lo
                          que le había contado a Lou. Lou, sin embargo, no dejó de animarme,
                          diciéndome: «Cuéntele esto», o «Cuéntele lo otro». Así que no tardé en
                          relajarme y le conté a Bud todo lo ocurrido en casa. Al cabo de unos diez
                          minutos, sonreía como había sonreído Lou.
                          —Eso es magnífico, Tom —dijo Bud—. ¿Y cómo pasó Todd la velada?
                          —Como casi siempre: bastante silencioso. Se limitó a responder a mis
                          preguntas, como hace siempre, con unos secos «no», «sí» y «no lo sé». Pero
                          la verdad es que anoche no pareció importarme, mientras que antes me
                          sacaba de mis casillas.
                          —Eso me recuerda a mi propio hijo —dijo Lou, mirando hacia la ventana.
                          Guardó un momento de silencio, con la mirada perdida en la lejanía, como
                          si recuperase algo de un distante pasado—. La historia de la transformación
                          de Zagrum empieza con él.