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                          2.06 Connivencia


                          —.Hasta ahora —siguió diciendo Bud—, hemos examinado la experiencia interna de alguien que está en la caja. Pero, como podrá imaginar, mi caja puede causar un gran impacto sobre los demás. Piense en ello —añadió, dirigiéndose a la pizarra—. Suponga que este soy yo, en mi caja —dijo, trazando un recuadro con una figura estilizada dentro—. Si estoy aquí dentro, en mi caja, ¿qué emito hacia el exterior?

                          —¿Qué emite?


                          —¿Qué les estoy haciendo a los demás si estoy dentro de la caja con respecto a ellos?
                          —Ah, ya —exclamé, buscando entre mis recuerdos—. Bueno, supongo que los está culpabilizando.

                          Correcto. De modo que si estoy aquí, dentro de mi caja —dijo,señalando el dibujo—, culpabilizo a los demás. —Trazó una flecha que surgía a la derecha de su caja—. Pero aquí se nos plantea una cuestión importante:
                          ¿cree acaso que los demás, al relacionarse con nosotros, se dicen:
                          «Vaya, hoy me siento con ganas de que alguien me eche la culpa de algo; necesito a alguien que me culpabilice»?

                          —De acuerdo, ya entiendo —asentí, echándome a reír.
                          —Yo tampoco lo creo —dijo Bud—. Generalmente, la mayoría de la gente anda por ahí pensando: «Fíjate, no soy un tipo perfecto, pero por lo menos estoy haciendo las cosas lo mejor posible teniendo en cuenta las circunstancias». Y puesto que la mayoría de nosotros cargamos con imágenes autojustificadoras, adoptamos de entrada una postura defensiva, siempre dispuestos a defender esas imágenes autojustificadoras contra el primer ataque que percibamos como tal. Así que, si estoy dentro de la caja, culpabilizando a los demás, eso también los invita a ellos a..., ¿a qué?

                          —Supongo que su culpabilización invitaría a los demás a estar en la caja.

                          —Exactamente —asintió, dibujando un segundo recuadro con otra persona—. Al culpabilizar, invito a los demás a entrar en la caja, y entonces ellos me culpan por haberles culpabilizado injustamente.

                          Pero como resulta que mientras estoy en la caja yo me siento justificado de culpabilizarlos, tengo la sensación de que la culpa que arrojan sobre mí es injusta, lo que me induce a culpabilizarlos aún más. Naturalmente, mientras ellos están en la caja se sienten justificados en culpabilizarme y tienen la sensación de que es injusto que yo los culpabilice todavía más. Así que, como reacción, me culpabilizan aún más. Y así sucesivamente. Así pues, al estar en la caja invito a los demás a estar en la caja como respuesta
                          —dijo, añadiendo más flechas entre los dos recuadros dibujados—.

                          Y los demás, al estar en la caja en respuesta a mi actitud, me invitan a permanecer en la caja, del siguiente modo.

                          Entonces, añadió una sexta frase a los principios que estaba escribiendo sobre la autotraición:

                          «Autotraición»

                          1. Un acto contrarío a lo que siento que debería hacer por otro es un acto de «autotraición».

                          2. Cuando me traiciono a mí mismo, empiezo a ver el mundo de una forma que justifica mi autotraición.

                          3. Al ver un mundo autojustificado, se distorsiona mi visión de la realidad.

                          4. Así que, al traicionarme a mí mismo, entro en la caja.

                          5. Con el transcurso del tiempo, ciertas cajas se convierten en características mías y las llevo conmigo.


                          6. Al estar en la caja, provoco que otros están también en la caja.

                          —Este esquema puede rellenarlo como quiera —añadió Kate, indicando lo dibujado en la pizarra—.Se dará cuenta entonces de que cuando alguien está en la caja, siempre surge esa misma pauta autoprovocada. Permítame darle un ejemplo.


                          »Tengo un hijo de dieciocho años llamado Bryan. Si quiere que le sea franca, la relación con él siempre ha sido problemática. Una de las cosas que más me fastidian de él es que frecuentemente regresa muy tarde a casa.

                          Había estado tan enfrascado pensando en Laura que casi se me habían olvidado mis problemas con Todd. El simple hecho de pensar ahora en él, en respuesta al comentario de Kate sobre su hijo, ensombreció mi estado de ánimo.

                          —Imagínese ahora que estoy en la caja con respecto a Bryan. Siendo así, ¿cómo supone que lo consideraré, tanto a él como al hecho de que llegue tarde a casa?

                          —Bueno, seguramente le parecerá irresponsable —contesté.

                          —Muy bien —asintió Kate—. ¿Y qué más?

                          —Pensaría usted que es un joven que causa problemas.

                          —Y que no muestra ningún respeto —añadió Bud.

                          —Sí —asintió Kate. Señaló entonces la pizarra y preguntó—: ¿Puedo borrar este dibujo de la culpa, Bud?

                          —Claro.

                          Después de borrarlo, anotó un resumen de lo que habíamos dicho.

                          —Muy bien —dijo una vez que hubo terminado—. Así que esto es lo que tenemos.

                          »Ahora bien, si estoy en la caja y veo a Bryan como un irresponsable que causa problemas y es irrespetuoso, ¿qué cosas cree que puedo hacer en una situación así?

                          —Bueno... —empecé a decir, pensativo. 

                          —Probablemente le castigarías severamente —propuso Bud.

                          —Y seguramente empezaría a criticarlo mucho —añadí.

                          —Está bien —dijo Kate, añadiéndolo al dibujo—. ¿Alguna otra cosa?

                          —Es probable que empiece a controlarlo para estar segura de que no se mete en problemas —dije.

                          Añadió eso al dibujo y se apartó a un lado!

                          —Bien, supongamos ahora que Bryan se traiciona a sí mismo, que está en la caja con respecto a mí. Siendo eso así, ¿cómo cree que puede verme y considerar mis castigos, críticas y controles ?

                          —Probablemente, la consideraría como una dictadora —dije—. O quizá como una madre poco cariñosa —Y fisgona —añadió Bud.

                          —Está bien, «dictatorial», «poco cariñosa» y «fisgona» —repitió, mientras lo añadía al dibujo—. Veamos hora qué tenemos.

                          »Si Bryan está en la caja y me considera poco cariñosa, fisgona y dictadora, ¿cree que deseará llegar a casa temprano o tarde?

                          —Oh, tarde, desde luego —contesté—. Mucho más tarde.

                          —De hecho —intervino Bud—, es muy probable que no haga nada de lo que a ti te gustaría que hiciese.

                          —En efecto —asintió Kate, trazando otra flecha desde la caja de Bryan a la suya—. Así que continuamos así indefinidamente —siguió diciendo mientras añadía más y más flechas entre las cajas—. Piénselo un momento:
                          nos provocamos el uno al otro para hacer más de lo que decimos que no nos gusta del otro.

                          —Sí, piénselo, Tom —intervino Bud—. Si en esta situación le preguntara a Kate qué es lo que más desea en el mundo, ¿qué cree usted que le contestaría?

                          —Que Bryan sea más responsable, menos problemático y todo eso.

                          —Precisamente. Y, según lo que aparece indicado en el dibujo, ¿qué es lo que consigue al estar en la caja? ¿Invita al otro a hacer lo que ella desea?

                          —No —contesté, mirando el dibujo—. Antes al contrario, parece que le invita a hacer lo que ella más detesta.

                          —En efecto —asintió Bud—. Invita a Bryan a hacer precisamente lo que ella más detesta de él.

                          —Pero eso es una locura —dije tras un momento de reflexión—. ¿Por qué iba a hacer ella eso? ¿Por qué permitir que las cosas sigan ese curso?

                          —Magnífica pregunta —dijo Bud—. ¿Por qué no se la hace a ella?

                          —Considérela planteada —intervino Kate. Guardó un momento de silencio,como si ordenara sus pensamientos—. La respuesta es que no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Recuerde que estoy en la caja, autoengañada. Ydentro de la caja no veo con claridad, estoy ciega a la verdad, tanto sobre mí misma como sobre los demás. Estoy ciega incluso ante mis propias motivaciones. Permítame darle un ejemplo de algo que ocurrió en esta misma situación, para demostrarle lo que quiero decir.


                          »Como bien puede haber imaginado, he estado en la caja con respecto a Bryan. Probablemente hice todo lo que usted ha dicho: castigarlo duramente, iticarlo, controlarlo... He hecho todo eso. Pero aquí no se trata tanto de lo que he hecho, sino de la actitud mantenida mientras lo hacía. Creo que, en algunos casos, el castigo, incluso el duro, es lo que puede necesitar un niño.

                          Pero mi problema ha sido que a la hora de castigar a Bryan no lo hice porque él lo necesitara, sino porque me sacaba de mis casillas la forma que tenía de dificultarme la vida. En consecuencia, el problema del castigo y todo eso fue que estaba en la caja cuando lo hice y que, por lo tanto, no veía a mi hijo como una persona a la que debía ayudar, sino como un objeto al que podía culpabilizar. Y eso fue lo que él sintió y a lo que respondió.

                          »Hace aproximadamente un año, en medio de toda esta lucha, un viernes por la noche me preguntó si podía utilizar el coche. Yo no quería que lo usara, así que le impuse la condición de que regresara a casa a una hora muy temprana, convencida de que él no aceptaría. "Está bien, puedes llevártelo (le dije con actitud autosuficiente), pero sólo si regresas a casa antes de las diez y media".

                          "De acuerdo, mamá" se limitó a decirme. Tomó las llaves y se marchó decasa.

                          »Me dejé caer sobre el sofá, sintiéndome muy agobiada y jurándome a mí misma no permitirle que volviera a utilizar el coche. Pasé la noche angustiada. Cuanto más pensaba en ello, más furiosa me sentía con mi irresponsable hijo.

                          »Recuerdo que miré las noticias de las diez, sin dejar de estar furiosa con Bryan. Mi esposo, Steve, también estaba en casa. Los dos nos quejábamos de Bryan cuando oímos el chirrido de las ruedas del coche junto a la casa. Miré mi reloj. Eran exactamente las diez y veintinueve minutos. ¿Y sabe una cosa?

                          —Yo era todo oídos—. En ese preciso momento, al comprobar la hora, experimenté un aguijonazo de desilusión.

                          »Piense ahora en lo ocurrido —siguió diciendo al cabo de un momento—.

                          Esa noche yo habría dicho que lo que más deseaba en el mundo es que Bryan fuera responsable, que mantuviera su palabra y se mostrara digno de confianza. Pero cuando demostró ser realmente responsable, cuando hizo lo que se había comprometido a hacer, cuando demostró ser digno de confianza,

                          ¿acaso me sentí feliz?

                          —No, no se sintió feliz —contesté, empezando a pensar en las implicaciones.

                          —Correcto. Y al entrar alegremente en casa y decir: «Lo conseguí, mamá», ¿qué se imagina que le dije? ¿Cree que le di unas palmaditas en la espalda y le dije: «Buen chico»?

                          —No, probablemente le dijo algo así como: «Sí, pero no deberías haber hecho chirriar las ruedas».

                          —En efecto. Lo que le dije realmente fue: «Desde luego, has esperado hasta el último minuto, ¿eh?». Observe que aun siendo responsable, no pude dejar que lo fuera.

                          —Eso sí que es extraño —dije con la respiración contenida, pensando en mi propio hijo, Todd.

                          —Sí. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿acaso lo que más deseaba realmente era que mi hijo fuese responsable?

                          —Supongo que no —contesté. —Claro que no —dijo ella—. Cuando estoy en la caja, hay algo que necesito más incluso que cualquier otra cosa que pueda desear. Es como lo que he dicho hace un momento. Una vez en la caja, soy ciega incluso ante mis propias motivaciones. ¿A qué cree que me refiero?

                          ¿Qué es lo que más necesito cuando estoy en la caja?

                          Me repetí la pregunta para mis adentros. «¿Qué es lo que más necesito  cuando estoy en la caja?
                                                                                      
                          ¿Qué necesito más?» No estaba muy seguro de saberlo. Entonces, Kate se inclinó hacia mí.

                          —Lo que más necesito cuando estoy en la caja es sentirme justificada. Y si me hubiera pasado toda la noche e incluso mucho más tiempo culpabilizando a mi hijo, ¿qué hubiera necesitado de él para sentirme «justificada», para sentirme «bien»?

                          —Habría necesitado que él fallara —contesté lentamente, al tiempo que un nudo se me formaba en la boca del estómago—. Para tener la justificación para culpabilizarlo, necesitaba que mereciese ser culpabilizado.

                          En ese momento me sentí mentalmente transportado a algo que ocurrió unos dieciséis años antes. Una enfermera me entregó un pequeño bulto desde el que dos turbios ojos grises se levantaron en dirección a mi cara. Yo no estaba en absoluto preparado para el aspecto que él pudiera tener en el momento de nacer. Magullado, un tanto deformado y grisáceo, era un bebé de aspecto bien extraño y yo era su padre.

                          Casi desde entonces había estado culpabilizando a Todd. Nunca me parecía lo bastante listo, lo bastante coordinado. Y siempre parecía interponerse en mi camino. Desde que empezó a ir a la escuela se había metido en constantes problemas. Ni siquiera recuerdo haberme sentido orgulloso cuando alguien se enteraba de que era mi hijo. Nunca me había parecido suficientemente bueno.
                          La anécdota que me acababa de contar Kate me asustó mucho. No tuve más remedio que preguntarme: «¿Cómo debe de ser eso de tener un padre para el que nunca puedes ser lo bastante bueno? Y si Kate tiene razón, hay un cierto sentido en el que yo no le dejo ser lo bastante bueno. Necesito que él sea un problema para sentirme justificado por el hecho de considerarlo siempre como un problema». Sentí náuseas y traté de apartar a Todd de mis pensamientos.

                          —Eso es exactamente así —oí decir a Kate—. Después de haberme pasado toda la noche acusando a Bryan de ser una desilusión para mí, necesitaba que fuera efectivamente una desilusión para sentirme justificada por culpabilizarlo.

                          Por un momento, permanecimos allí sentados, sumidos en nuestros propios pensamientos. Finalmente, Bud rompió el silencio.

                          —Cuando estoy en la caja, necesito que la gente me cause problemas.

                          Necesito tener problemas. «Sí—pensé—, supongo que tiene razón.» Bud se detuvo y luego se levantó de la silla. —¿Recuerda esta mañana, cuando me preguntó si se podía dirigir una empresa permaneciendo todo el tiempo fuera de la caja? Creo que con ello deseaba decirme que podía verse arrollado por los demás si permanecía todo el tiempo fuera de la caja, viendo a las personas como lo que son: personas. —Sí, lo recuerdo.

                          —Luego hablamos de que esa pregunta está mal planteada, puesto que se puede realizar casi cualquier comportamiento, es decir, ser «blando», «duro» o lo que sea, tanto dentro como fuera de la caja. ¿Lo recuerda? —Sí.

                          —Pues bien, ahora podemos considerar esa importante pregunta en un contexto más amplio. Apliquémosle lo que acabamos de ver. Piense lo siguiente:

                          ¿quién necesita sentirse arrollado, la persona que está en la caja o la que está fuera?

                          —La que está dentro de la caja —contesté, perplejo ante la implicación.

                          —Correcto. Fuera de la caja no saco nada en limpio viéndome arrollado. No o necesito. Y, lo que es más importante, habitualmente no le hago ningún favor a nadie permitiendo a los demás que me arrollen. Por el otro lado, dentro de la caja, consigo precisamente aquello que más necesito cuando me veo arrollado: obtengo la justificación que ando buscando, la prueba de que la persona que me arrolla es tan mala como la he acusado de ser.

                          —Pero, en la caja, no desea realmente ser arrollado por el otro, ¿verdad? — pregunté—. Eso sería extraño. La anécdota de Kate me hizo pensar en mi hijo, Todd. Laura y yo tenemos la sensación de vernos arrollados a veces, pero no creo que ninguno de los dos lo desee. 

                          —Eso es cierto —respondió Bud—. No pretendo decir que cuando estamos dentro de la caja disfrutemos teniendo problemas. Nada más lejos de la realidad.

                          Los detestamos. En la caja parece como si no deseáramos otra cosa que librarnos de los problemas. Pero recuerde que cuando estamos en ella nos autoengañamos, somos ciegos a la verdad sobre nosotros mismos y los demás. Y una de las cosas a las que somos ciegos es cómo la propia caja socava todos nuestros esfuerzos por alcanzar los resultados que más deseamos.

                          Regresemos a la anécdota de Kate y le demostraré lo que quiero decir. Bud se acercó a la pizarra. —Recuerde que, en esta situación —dijo, indicando el dibujo de Kate—, Kate afirmó que su mayor deseo consistía en que Bryan fuera respetuoso, responsable y menos problemático. Y estaba diciendo la verdad. Realmente, eso es lo que más desea. Pero está ciega en cuanto al hecho de que todo lo que hace en la caja no contribuye sino a provocar a Bryan para hacer precisamente lo contrario. Observe que su culpabili-zación induce a Bryan a ser irresponsable y luego, cuando es irresponsable, ella toma eso como justificación por haberle culpabilizado de ser irresponsable. Del mismo modo, la culpabilización de Bryan induce a Kate a mantenerse firme en su idea, algo que él toma a su vez como justificación por culpabilizarla a ella de ser como es. El simple hecho de estar en la caja hace que cada uno contribuya a crear los mismos problemas de los que acusa al otro.

                          —De hecho —añadió Kate—, Bryan y yo nos aportamos una justificación mutua tan perfecta, que es casi como si estuviésemos en connivencia para hacerlo así. Es como si nos dijéramos el uno al otro: «Mira, yo te maltrato para que tú puedas acusarme por mi mal comportamiento contigo». Naturalmente, jamás nos hemos dicho algo así o ni siquiera lo hemos pensado. Pero nuestra provocación y justificación mutuas parecen tan perfectamente coordinadas que da la impresión de que nos pusimos de acuerdo. Por eso, cuando dos o más personas están en la caja una con respecto a la otra y se están traicionando mutuamente a sí mismas, decimos que se produce entre ellas una «connivencia». Y, en este sentido, cuando estamos en connivencia con alguien, lo que hacemos realmente es condenarnos a un maltrato mutuo y permanente.

                          —Y, además —intervino Bud—, no lo hacemos porque nos guste que nos maltraten, sino porque estamos en la caja, y la caja vive de la justificación que obtiene del hecho de ser maltratados. Existe, pues, una ironía muy peculiar en el hecho de estar en la caja: por muy amargamente que me queje sobre el mal comportamiento de alguien hacia mí y por muchos problemas que eso me cause, resulta que también lo percibo como algo extrañamente delicioso. Esa es la prueba de que los otros son tan merecedores de culpa como yo había afirmado, y de que soy tan inocente como afirmo ser. El comportamiento sobre el que me quejo es el mismo comportamiento que me justifica. 

                          Bud apoyó las dos manos sobre la mesa y se inclinó hacia mí.

                          —Por lo tanto, por el simple hecho de estar en la caja —dijo lenta y seriamente—, provoco en los demás el mismo comportamiento que digo detestar en ellos y, entonces, ellos provocan en mí el mismo comportamiento que dicen detestar en mí.

                          Bud se volvió hacia la pizarra y añadió otra frase a los principios sobre la autotraición:


                          «Autotraición»


                          1. Un acto contrarío a \o que siento que debería hacer por otro es un acto de «autotraición».


                          2. Cuando me traiciono a mí mismo, empiezo a ver el mundo de una forma que justifica mi autotraición.


                          3. Al ver un mundo autojustificado, se distorsiona mi visión de la realidad.


                          4. Así que, al traicionarme a mí mismo, entro en la caja.


                          5. Con el transcurso del tiempo, ciertas cajas se convierten en características mías y las llevo conmigo.


                          6. Al estar en la caja, provoco c\ue otros están también en la caja.


                          7. En la caja invitamos al maltrato mutuo y obtenemos justificación mutua. Establecemos una connivencia para darnos mutuamente razones para permanecer   en la caja.


                          —Una vez que estamos en la caja —dijo Bud, apartándose de la pizarra—, nos damos mutuamente razones para quedarnos en ella. Esa es la cruda realidad.

                          —Bastante cruda —tuve que admitir, repentinamente dolorido al pensar en mi hijo.

                          —Ahora fíjese, Tom —dijo Bud, que volvió a sentarse—. Piense en cómo la autotraición y todo aquello de lo que hemos hablado explica el problema del                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             autoengaño, el problema de ser incapaz de darnos cuenta de que tenemos un problema. Para empezar, cuando estoy en la caja, ¿quién creo que tiene el problema?

                          —Los otros.

                          —Pero, cuando estoy en la caja, ¿quién tiene en realidad el problema?

                          —Usted —contesté.

                          —¿Y qué provoca mi caja en los demás? —preguntó.

                          —Les induce a portarse mal con usted.

                          —Así es. En otras palabras, mi caja provoca problemas en los demás.

                          Provoca lo que asumo como prueba de no ser yo el que tiene el problema.

                          —Sí, de acuerdo —asentí.

                          —¿Qué haré entonces si alguien trata de corregir el problema que ve en mí?

                          —Se resistirá —contesté.

                          —Exactamente —asintió—. Cuando tengo un problema, no creo tener ninguno. Pienso que los responsables son los demás. —Hizo una breve pausa antes de añadir—: Lo que se nos plantea ahora es: muy bien, ¿y qué?

                          «¿Y qué?», me repetí mentalmente.

                          —¿Qué quiere decir con eso de «y qué»?

                          —Lo que quiero decir —contestó Bud— es, sim plemente: ¿por qué hemos de preocuparnos por todo esto en Zagrum? ¿Qué tiene que ver todo esto con el trabajo?