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                          2.03 -Autotraición

                          Autotraición
                          —Al principio, le parecerá una anécdota un tanto estúpida. Ni siquiera tiene que ver con el trabajo. La aplicaremos al trabajo un poco más adelante. En cualquier caso, sólo es una sencilla anécdota, incluso vulgar, pero que ilustra muy bien cómo entramos en la caja.

                          »Una noche, hace bastantes años, cuando David todavía era bebé, me despertaron sus gemidos y llantos. Probablemente tendría unos cuatro meses.
                          Recuerdo que miré el reloj. Era la una de la madrugada. En ese instante, tuve la impresión, o la sensación, o el sentimiento de algo, el pensamiento de que debía hacer algo:

                           "Levántate y atiende a David, para que Nancy pueda dormir".

                          »Esa clase de sensación es muy básica —siguió diciendo Bud—. Todos somos personas. Yo he crecido como persona, lo mismo que usted y Kate. Y cuando estamos fuera de la caja y vemos a los demás como personas, experimentamos una sensación muy básica respecto de los demás; es decir, son como yo, tienen esperanzas, necesidades, preocupaciones y temores. Y de vez en cuando, como resultado de esa sensación urge en nosotros la impresión de que hay cosas que tenemos que hacer por los demás, cosas que deseamos hacer por ellos. ¿Comprende lo que quiero decir?

                          —Desde luego, está bastante claro —afirmé.

                          —Pues aquella fue una de tales ocasiones. Sentí el deseo de hacer algo por Nancy. Pero ¿sabe qué pasó? —preguntó retóricamente—. Pues que no hice nada. Simplemente, me quedé allí, en la cama, oyendo llorar a David.
                          Comprendía perfectamente la situación. Había esperado más de una vez antes de atender a las necesidades de Todd y Laura.

                          —Podría decirse que traicioné mi «sensación» de lo que debería haber hecho por Nancy —siguió diciendo—. Quizá sea una forma muy fuerte de expresarlo, pero sólo pretendo decir con ello que, al actuar en contra de mi sensación de lo que era apropiado, traicioné mi propio sentido de cómo
                          debería ser con respecto a la otra persona. 

                          Así que a eso lo llamamos «autotraición».
                          Tras decir esto, se volvió hacia la pizarra para escribir.

                          —¿Le importa que borre este esquema? —me preguntó, indicándome el relativo a las dos formas de realizar el comportamiento.
                          —No, en absoluto —contesté—. Ya lo he copiado.

                          En su lugar y en la esquina superior izquierda de la pizarra, escribió lo siguiente:
                          «Autotraición»
                          1- Un acto contrarío a lo que siento que debería hacer por otro es un acto de «autotraición».
                          —La autotraición es lo más común que existe en el mundo, Tom — intervino Kate con naturalidad—. Permítame exponerle unos pocos ejemplos más.

                          »Ayer mismo estuve en el Centro Rockefeller de Nueva York. Entré en el ascensor y la puerta automática empezó a cerrarse cuando vi que otra persona doblaba apresuradamente la esquina y corría hacia la puerta. En ese mismo instante, tuve la sensación de que debía mantener la puerta
                          abierta para que entrara. Pero no lo hice. Simplemente, dejé que se cerrara, y lo último que vi al otro lado fue su mano extendida. 
                          ¿Ha pasado alguna vez por una experiencia así?
                          Tuve que admitir que sí me había sucedido. 
                          —Veamos esta otra situación. Piense en algún momento en que tuvo la sensación de que debía ayudar a su hijo o a su esposa, pero luego decidió no hacerlo. 
                          O en alguna ocasión en que sintió que debía pedirle disculpas a alguien y no llegó a hacerlo. 
                          O cuando conocía una información que sabía que sería útil para un colaborador, pero decidió reservársela para sí mismo. 
                          O sabiendo que tenía que terminar un trabajo para alguien, aunque eso supusiera quedarse hasta muy tarde, decidió marcharse a casa, sin molestarse en decírselo a nadie. 
                          Podría seguir con una lista interminable de situaciones parecidas, Tom. 
                          Yo he pasado por todas ellas y apuesto a que usted también.

                          —Sí, me temo que sí —tuve que admitir.

                          —Pues todas ellas son ejemplos de autotraición, momentos en los que tuve la sensación de que debía hacer algo por los demás, y no lo hice.

                          Kate hizo una pausa y Bud intervino.

                          —Piénselo, Tom. No es una idea grandiosa, sino tan sencilla como suena.
                          Pero las implicaciones que se derivan de ella son asombrosas. Y también extraordinariamente complicadas. Permítame explicarme.
                          »Retrocedamos a la anécdota del bebé que llora. Imagínese el momento.

                          Tuve la sensación de que debía levantarme para que Nancy pudiera seguir durmiendo, pero no lo hice. Simplemente, me quedé allí, en la cama, junto a Nancy.

                          Mientras Bud hablaba, trazó el siguiente esquema en medio de la pizarra:
                          -En ese preciso momento —siguió diciendo—, mientras estaba allí acostado oyendo llorar a nuestro hijo, ¿cómo se imagina que empecé a ver y sentir a Nancy?

                          —Bueno, probablemente ella le pareció perezosa — contesté.
                          —Está bien, «perezosa» —admitió Bud, añadiéndolo al esquema.
                          —Desconsiderada —añadí—. Quizá desagradecida respecto de todo lo que usted hacía. Insensible.
                          —Todo eso se le está ocurriendo con mucha facilidad, Tom —comentó Bud con una seca sonrisa, incluyéndolo en el esquema.

                          —Sí, supongo que debo de tener muy buena imaginación —asentí, siguiéndole el juego—. No sabría nada de todo esto por experiencia propia.
                          —No, claro que no lo sabría —dijo Kate—. Como tampoco lo sabrías tú, ¿verdad, Bud? Probablemente, ustedes dos estarían demasiado ocupados durmiendo como para saber nada de todo esto —añadió con una risita burlona.

                          —Aja, veo que te incorporas a la batalla —dijo Bud, riéndose—. Pero gracias, Kate. Planteas un punto interesante sobre lo de dormir. 

                          —Se volvió hacia mí y me preguntó—: ¿Qué le parece, Tom? ¿Estaba Nancy realmente dormida?
                          —Oh..., quizá, aunque lo dudo.
                          —¿Cree entonces que simulaba dormir?
                          —Eso es lo que supongo —contesté. Bud escribió en la pizarra:
                          «simuladora».
                          —Espera un momento, Bud —objetó Kate—. Quizá sólo estuviera dormida, e incluso es muy probable que fuera así, cansada de todo lo que había hecho por ti durante el día —añadió, evidentemente satisfecha con el aguijonazo.

                          —Está bien, buena observación —asintió Bud con una sonrisa burlona—.
                          Pero recuerda que, en estos momentos, que estuviera dormida o no tiene menos importancia que el hecho de que yo creyera que lo simulaba. Ahora hablamos de mi percepción una vez que me traicioné a mí mismo. Esa es la cuestión.

                          —Lo sé —admitió Kate con una sonrisa, acomodándose en la silla—. Sólo que me estoy divirtiendo, disfrutando de la protección de estar situada al otro lado. Si se tratara de un ejemplo que me afectara a mí, tendrías muchas cosas que añadir.
                          —Así pues, desde la perspectiva de ese momento -siguió diciendo Bud, volviéndose a mirarme—, si Nancy fingía estar dormida y dejaba llorar al niño, ¡cómo cree que pude conceptuarla como madre?
                          —Probablemente, como bastante mala —contesté.
                          —¿Y como esposa?
                          —Lo mismo, bastante mala, desagradecida, como alguien que no le hace suficiente caso y todo eso. 

                          -Bud también lo añadió al esquema.

                          —Bien —dijo, apartándose de la pizarra y leyendo lo que había escrito—.
                          Una vez que me hube traicionado a mí mismo, podemos imaginar que empecé a ver a mi esposa como «perezosa», «desagradecida», «que no me hace caso», «insensible», «simuladora», «mala madre» y «mala esposa».
                          —Vaya, Bud, felicidades —dijo Kate con sarcasmo—. Te las has arreglado para vilipendiar por completo a una de las mejores personas que conozco.
                          —Lo sé. Asusta, ¿verdad?
                          —Es lo menos que diría.
                          —Pero lo peor de todo es que, efectivamente, fue así como empecé a ver a Nancy —dijo Bud—. Y, después de haberme traicionado, ¿cómo cree que empecé a verme a mí mismo?
                          —Oh, probablemente empezaste a verte como la víctima —dijo Kate—, como el pobre hombre que no podía dormir todo lo que necesitaba.
                          —Así es, en efecto —asintió Bud, que añadió el término «víctima» al esquema. 
                          —Y hasta es posible que se considerase como alguien que trabaja duro — añadí—. Probablemente, el trabajo que tuviera que hacer a la mañana siguiente le pareció bastante importante.

                          —Bien, Tom, así es —admitió Bud, añadiendo «trabajador» e «importante». 

                          Luego, tras una breve pausa, preguntó—: ¿Qué le parece lo siguiente? ¿Y si resulta que me había levantado la noche anterior para atender a David? ¿Cómo cree que me habría visto a mí mismo en tal caso?

                          —Oh, como alguien «justo» —contestó Kate.
                          —De acuerdo. ¿Y lo siguiente? —añadió él—-. ¿Quién es lo bastante sensible como para escuchar el llanto del niño?
                          Tuve que echarme a reír. Todo aquello, la forma en que Bud veía a Nancy y a sí mismo, me parecía por un lado absurdo y risible, pero por el otro lado bastante comun.

                          —Bueno, es evidente que en este caso fue usted la persona más sensible —le dije.

                          —Y si soy sensible para escuchar a mi hijo, ¿qué opinión cree que tengo de mí mismo como padre?

                          —Que eres un buen padre —contestó Kate. -
                          —En efecto. Y si me considero todo eso —dijo, señalando la pizarra—, si me veo como «trabajador», «justo», «sensible» y como «buen padre», ¿qué opinión puedo tener de mí mismo como esposo?
                          —Que eres un verdadero buen esposo, sobre todo porque tienes que soportar a una esposa como la que crees tener —contestó Kate.
                          —Así es —admitió Bud, añadiéndolo al esquema—. Veamos entonces qué tenemos aquí.
                          »Reflexionemos ahora sobre este esquema. Para empezar, fíjese en cómo empecé a ver a Nancy después de haberme traicionado a mí mismo: perezosa, desconsiderada y todo lo demás. 

                          Piense ahora en lo siguiente:
                          ¿cree que cualquiera de estas ideas y sentimientos sobre Nancy me invitan a reconsiderar mi decisión y hacer lo que en un principio sentí que debía hacer por ella?

                          —No, en absoluto —contesté.
                          —Entonces ¿qué hacen esas cosas por mí? —preguntó Bud.
                          —Bueno, le justifican que no haya hecho nada. Le dan razones para permanecer en la cama y no atender a David.
                          —En efecto —asintió Bud, volviéndose hacia la pizarra.
                          Añadió entonces una segunda frase a su descripción de autotraición:

                          «Autotraición»
                          1. Un acto contrario a lo que siento que debería hacer por otro es un acto de «autotraición».
                          2. Cuando me traiciono a mí mismo, empiezo a ver el mundo de una forma que justifica mi autotraición.

                          —Si me autotraiciono —dijo Bud apartándose de la pizarra—, mis pensamientos y mis sentimientos empezarán a decirme que tengo justificación para lo que hago o dejo de hacer. 
                          Bud se sentó y yo empecé a pensar en Laura.
                          —Ahora, durante unos minutos —añadió Bud—, vamos a examinar cómo mis pensamientos y sentimientos hacen eso.