—Salimos de California a la noche siguiente con los ojos enrojecidos.
Habíamos tenido la intención de pasar unos días en San Diego, antes de
regresar a casa, pero todos nuestros planes cambiaron. Sabía que Kate
empezaría su nuevo trabajo en la zona de la bahía de San Francisco en
apenas unos pocos días más. Confiaba desesperadamente en encontrarla
todavía en su casa, antes de que eso sucediera. Necesitaba entregarle algo
—dijo Lou, mirando de nuevo a lo lejos, por la ventana—. Necesitaba
llevarle una escalera.
—¿Una escalera?—pregunté.
—Sí, una escalera. Una de las últimas cosas que le hice a Kate antes de
que se marchara fue exigir que se quitara una escalera de la zona de
ventas. Su departamento había decidido utilizar la escalera como ayuda
visual para promover algunos objetivos de ventas. A mí me pareció una
idea estúpida y así se lo dije cuando me la pidió. Pero ellos siguieron
adelante de todos modos. Más tarde, aquella misma noche, les dije a los
del almacén que retiraran la escalera de la sala. Tres días más tarde, ella y
otros cuatro miembros del grupo de la llamada «disolución de marzo» me
presentaron sus preavisos de dimisión con dos meses de antelación.
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Enfurecido, en menos de una hora hice que el personal de segundad los
echara de la empresa. Ni siquiera les permití que regresaran a solas a sus
respectivos despachos. «No puedo confiar en nadie que se revuelva de ese
modo contra mí», pensé. Y aquella era la última vez que había visto o
hablado con Kate.
»No lo puedo explicar, pero sabía que necesitaba llevarle una escalera.
Aquello era un símbolo de otras muchas cosas. Y así lo hice.
»Carol y yo llegamos al aeropuerto Kennedy hacia las seis de la
madrugada de un domingo por la mañana. Le pedí al chófer de la empresa
que llevara a Carol a casa y luego me llevara a mí a la empresa, donde
revisé una buena media docena de armarios hasta que encontré una
escalera. Luego, la sujetamos en la baca del coche y me dirigí hacia la
casa de Kate, en Litchfield. Eran aproximadamente las nueve y media de
la mañana del domingo cuando hice sonar el timbre de su puerta.
»La puerta se abrió y apareció Kate. Sus ojos se agrandaron como platos
al verme allí. "Antes de que me digas nada, Kate, soy yo el que tengo algo
que decirte, aunque ni siquiera sé por dónde empezar. Antes que nada,
debo decirte que lamento molestarte un domingo por la mañana, pero esto
es algo que no podía esperar. Yo..., bueno..."
»De repente, Kate se echó a reír a carcajadas. Doblada por la risa contra el
marco de la puerta, me dijo finalmente: "Lo siento, Lou. Sé que
seguramente tienes algo muy serio que decirme, pues de otro modo no
estarías aquí, pero resulta cómico verte medio agachado por el peso de esa
escalera que llevas a cuestas. Vamos, deja que te ayude a descargarla".
»"Sí (le dije), precisamente quería hablarte de la escalera. Es una forma
tan buena de empezar como cualquier otra. Nunca debería haber hecho lo
que hice. Si quieres que te diga la verdad, ni siquiera sé por qué lo hice.
No debería haberme preocupado."
»Kate ya había dejado de reír y me escuchaba con mucha atención. "Mira,
Kate (seguí diciéndole). He sido un verdadero asno. Tú lo sabes mejor que
nadie. Lo sabe todo el mundo. Pero yo no me enteré hasta hace dos días.
De todos modos, no podía darme cuenta. Pero te aseguro que ahora lo veo
todo claro. Me aterroriza darme cuenta de lo que les he hecho a las
personas que más me importan en la vida. Y entre esas personas te
encuentras tú."
»Ella se quedó allí de pie, escuchándome. No pude adivinar qué estaría
pensando.
»"Sé que te han ofrecido algo bastante bueno (le seguí diciendo). Y no me
quedan muchas esperanzas de que regreses con nosotros a Zagrum..., no
después de mi comportamiento. Pero he venido para rogarte que lo hagas.
Hay algo de lo que deseo hablar contigo, y luego, si así me lo dices, me
marcharé y no te volveré a molestar. Pero me doy cuenta de que he
causado mucho daño a todos, y creo que ahora sé cómo evitar que vuelva
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a suceder. Tengo que hablar contigo."
»Ella se apartó de la puerta, invitándome a entrar y se limitó a decirme:
"Está bien. Te escucharé".
»Durante las tres horas siguientes hice todo lo que pude por compartir con
ella lo que había aprendido acerca de la caja y todo lo demás. Creo que lo
expuse todo bastante mal —dijo Lou mirándome con una sonrisa—. Pero,
la verdad, no fue tan importante lo que dije, sino el hecho de que ella se
diera cuenta de que fuera lo que fuese lo que le contaba, lo decía muy en
serio.
»Finalmente, me dijo: "'Está bien, Lou. Pero tengo una pregunta que
hacerte: si regresara a la empresa, ¿cómo puedo saber que no se trataría de
ningún cambio temporal? ¿Por qué correr ese riesgo?".
»Creo que los hombros me dolían un poco. No supe qué decirle. "Es una
buena pregunta (finalmente pronuncié). Desearía poder decirte que no te
preocuparas, pero me conozco bien, y tú tamb ién. Esa es una de las cosas
sobre las que quiero hablar contigo. Necesito tu ayuda."
»Luego le expuse un plan rudimentario. "Tienen que suceder dos cosas (le
dije). Primero, tenemos que instituir en la empresa un proceso mediante el
cual podamos ayudar a la gente a tomar conciencia de que están dentro de
la caja y de que, en consecuencia, no se concentran en conseguir
resultados. Segundo, y esto es fundamental, sobre todo para mí,
personalmente, tenemos que instituir un sistema de concentrarnos en
conseguir resultados que nos permita permanecer fuera de la caja mucho
más tiempo: una forma nueva de pensar, de medir, de informar, de
trabajar. Porque, en cuanto estemos fuera de la caja (le aseguré), podemos
hacer muchas cosas por ayudar a los demás a permanecer fuera mientras
avanzamos. Tenemos que institucionalizar un sistema así en Zagrum."
»"¿Tienes alguna idea acerca de eso?", me preguntó.
»"Sí, unas pocas, pero necesito tu ayuda, Kate. Juntos podremos encontrar
la mejor forma de hacerlo.
Nadie que yo conozca podría hacerlo tan bien como tú."
»Ella se quedó allí sentada, pensativa.
»"No estoy segura (dijo finalmente). Voy a tener que pensármelo. ¿Puedo
llamarte?"
»"Desde luego. Esperaré tu llamada junto al teléfono."